miércoles, 27 de octubre de 2010

Los sedantes los consiguió con receta de su psiquiatra



Le tocaban la puerta. Ya voy, ya voy, caray. Le tocaban con insistencia. Que no hay prisa, tienen toda la noche, por la gran flauta.
Abrió recontra asado.
“¿Truco o trato?”
Una panda de infantes con los más variopintos disfraces estaba instalada en su jardín, frente a su puerta. Dos spidermans, una mujer maravilla, un Jack Sparrow y tres payasitos. Más lejos, a la altura de la verja, Mía esperaba fumando un cigarrillo. Cruzada de un brazo daba pitadas lentas y soporíferas, luego expulsaba el humo que casi no se veía, disimulado entre tanta neblina que había aquella noche.
Pánfilo Chávez tomó la bolsa de caramelos que había en una mesita junto a la puerta.
“Hala, mocosos, ahí tienen su droga”, decía mientras lanzaba puñados de golosinas como quien tira granos de arroz a las palomas. En realidad lo hacía todo como un autómata. Los ojos desorbitados, los dientes delanteros grandes y salidos. Parecía loco.
Por su parte, los niños se alborotaban. Le pisoteaban el jardín en el afán de recoger caramelos de limón y chicha morada, gusanitos de goma, huevitos dulces y granadas de chocolate. Mientras Pánfilo, en realidad, tenía la mirada clavada únicamente en Mía, lejana, distante. Mía, tan ajena esa noche de brujas como cualquier otra noche.
Tiró el resto de la bolsa al aire, dejando a los niños abalanzarse sobre los caramelos esparcidos en pleno vuelo. A cámara lenta. Saltaban, daban manotazos, sonrisas chimuelas. Extendían las extremidades en medio de una lluvia de chuches multicolores.

Hola, Mía. Mía por siempre.
No me hace gracia, Pánfilo.
¿Quieres ir a ver una peli?
Tengo que cuidar a los mocosos.
¿Oh, pero si no tuvieras que, saldrías conmigo?
“Por supuesto que no, engendro”, pensó Mía, pero qué rayos. Una mentira piadosa:
Sí, claro, no he hecho planes.
Excelente. Su mirada de contento era un tanto perturbadora.
No lo había notado, pero últimamente estás un poco raro, Pánfilo Chávez.
Así me han dicho.
Y ya no se te ve tanto por el barrio.
No, no salgo mucho a la calle.
Desde aquel colapso que tuviste hace como…
Ya, ya estoy curado.

En el barrio, aquella noche silente soplaba con un viento frío. La luna llena asomaba majestuosa y blanca entre dos nubes grises y esponjosas que no se apartaban nunca de su lado. Tres calles más arriba, otro grupo de chiquillos correteaba por la pista vacía. Algunos jugaban con los aspersores de un jardín muy grande, mientras otros se sentaban sobre el pasto examinando su botín.

¿Y qué película quieres ver, Mía, por siempre mía?
No es gracioso. Y ya sabes que no puedo, Pánfilo.
El joven se encogió de hombros:
Pero si ya no tienes que cuidar a los niños.
¿Qué me dices?
Sí, míralos. Están todos tiesos, tirados en mi jardín. Puse pequeñas dosis de barbitúricos entre los caramelos que les administré. Tienen para cinco horas allí, todos como estatuas. La noche es nuestra, Mía, por siempre mía.

En efecto, los críos estaban todos desparramados por el jardín, sedados en diferentes posiciones. Los más gorditos y grandes todavía no asimilaban bien la dosis. Movían las mandíbulas y trataban en vano de gesticular. Pronto se quedaban dormidos, con un hilo de saliva bajándoles por la boca.

¿Pero qué has hecho?
Mía se tomó la cabeza con las manos. ¡Tarado!, iba de niño en niño, ¡mongolo!, los examinaba, ¡animal!, comprobaba sus respiraciones. Volando, entró a la casa de Pánfilo para llamar a una ambulancia.
El joven se quedó afuera, contrariado.
Aún no me has dicho qué peli quieres ver, se quejó.
Tenía esos ojos desorbitados y esos dientes delanteros exageradamente grandes… 

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lunes, 25 de octubre de 2010

Claire


Claire despertó bruscamente, con una punzada de frío tras aquel primer grito. Pero fue al segundo que creyó que era real. Alguien llamaba a través de la reja, golpeaba desesperadamente los fierros oxidados que día a día se juntaban con la arena del suelo. Cuando llegó sudada a la puerta de entrada, creyendo que Fermín había enviado a alguien a esas horas de la noche, pensó que sólo de lo peor se podía tratar. Si no le hubiera resultado extraño el hombre que la miraba a través de los vidrios inexistentes, inmediatamente hubiera salido corriendo tras él.

- Sí, diga –dijo con toda la determinación que pudo. “Muéstrate valiente”.
- Estoy con fiebre, y aún estoy a medio camino de a donde voy…

Incluso en la oscuridad, el hombre no podía disimular su malestar. Tenía sudor en la frente, y se apretaba las muñecas una y otra vez. Aun así, sonreía al hablar.

- Tiene mucha fuerza para tener fiebre. Casi me quedo sin alma a causa de sus golpes.
- Siempre he sido muy fuerte –sonrió el hombre-. Pero me temo que para el amanecer alguien me encontraría tirado al pie de un árbol, devorado por lobos.
- Le duelen las muñecas –era lo que más le inquietaba. “Quizás llevaba esposas”.
- Sufro de los huesos y con este frío… -la miró cauteloso, leyendo en sus ojos el motivo de su miedo-. ¡¡Usted cree que soy un criminal y que me he escapado!! –exclamó divertido-. No, no, mi lady, mire usted mi piel, si me doliera a causa de esposas mi piel seguiría al rojo vivo. Yo sólo tengo fiebre –y acercó la frente entre la reja-. Usted quiere pruebas, tóqueme.

Claire posó su mano, y descubrió no sólo que el hombre ardía en llamas, sino que llevaba buen tiempo sin poder asearse. Aunque no lo mencionó.

- Mis costumbres me obligan a auxiliarle, espero que usted sepa valorar eso –dijo de memoria la fórmula antigua, aunque sabía muy bien que era inservible-. Entre.

Le abrió la reja y el hombre se deslizó, suave y débil, volviéndose a cada paso que daba, más pálido de lo que ya era.
Cuando terminó de prepararle un sitio cerca al fuego, le preguntó si necesitaba algo más.

- Quisiera bañarme.
- Está con fiebre, no es lo mejor.
- Es curioso que recuerde la fórmula antigua y se haya olvidado de todo lo demás. El agua fría nos calma un poco.
- ¿Qué fórmula antigua? – “Dios, ¡¿qué he hecho?!”
El hombre sonrió y prosiguió.
- Necesito bañarme, usted comprenderá – y con su mirada lo dijo todo. Esa mirada ámbar tan deliciosa, se tornaba color rojo sangre ante sus ojos, con tanta facilidad como se expande el vino derramado sobre el mantel.

La muchacha profirió un grito y cayó de rodillas, con la cabeza sumisa en dirección al suelo, vigilando los pies del hombre, rezando para que no se moviera.
El hombre soltó una risotada, tan grotesca y despiadada, que Claire pensó en un instante que se desvanecía. “Tiene que funcionar”.

- Me sorprendes… –el hombre comenzó a andar en círculos alrededor de ella, que seguía arrodillada y con la cabeza gacha-. Primero la fórmula antigua, y ahora el círculo de protección del sumiso. ¿Cómo sabes todo eso? –preguntó divertido.
- Por favor vete…
- No puedo…estoy intrigado. ¿No entiendes? Conocimientos tan valiosos, ¿cómo llegaron a ti?
- También desciendo de vampiros.

El hombre se detuvo en seco.

- Pero no eres vampira –la acusó.
- No.
- ¿Cómo es posible?
- Haz el amor con una mortal y tu hija lo hará posible.
- ¡¡Está prohibido!! –gritó escandalizado.
- Como está prohibido matar a alguien que te recibe con la fórmula antigua, como está prohibido romper el círculo del sumiso –respondió gimiendo-…Pero dime…si es así, ¿por qué sigo temblando? –empezó a llorar.

Una chispa de luz aclaró el tono rojo sangre de sus ojos:

- Porque toda regla puede ser rota, y cualquier vampiro puede ser maldito…

Claire no dijo nada. No tenía más armas, “sólo la esperanza de todo ser mortal”.

- Siempre quise ser maldito –dijo riéndose.

Lo último que supo Claire fue que el fuego se apagó y su cuerpo cayó sobre el suelo, mientras su mente luchaba por no perderse. “Prefiero morir”.

La oscuridad reinó.

Cuando despertó, seguía tirada sobre el suelo de madera, ya había amanecido y el vampiro se había ido con la noche. No la había tocado. Sus vestidos estaban intactos. La había dormido. La había asustado y se había retirado. No podía odiarlo, no le había hecho daño. Cuando salió a la puerta, ésta seguía cerrada con llave. “No fue un sueño. Desperté en el piso”. Buscó alguna señal, algún indicio, una huella. Pero el vampiro había borrado sus pasos con la misma sutileza con la que entró. “La única huella que dejan es la de su mordida”, recordó las palabras de su madre, e instintivamente se tocó el cuello. Nada. ¡Nada! Salió corriendo de felicidad, hacia la acequia que pasaba por detrás de su casa, y se arrodilló para lavarse la cara. Casi cae de bruces al agua. Un dolor intenso le cruzó la entrepierna. Desesperada se tiró al agua y se desnudó echada, como pudo, casi inmovilizada por el dolor. Primero tanteó con sus dedos su zona íntima y sintió algo tibio que le brotaba. “Sangre”… “me penetró…”.

Cuando acercó la mirada a sus partes descubrió que era algo peor. Dos orificios rojos sobresalían de su monte de Venus.

“Éste es mi último día como mortal”.

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martes, 19 de octubre de 2010

Él sólo quería 50 euros para su Kindle


El joven sólo necesitaba cincuenta euros más para comprarse un kindle, y los necesitaba ya porque el dinero en la mano se le iba chorreando en forma de cositas sin importancia y en su enamorada y ropa. Miércoles, hasta que, no sabe cómo, por culpa del amigo de algún amigo, llegó de recomendado a un piso viejísimo en la cuarta planta de un edificio del barrio del Raval.

-Buenas, yo solo quiero ganar algo de dinero, cash, rapidito. Para qué soy bueno.

Estaba encorvado, puesto que su metro setenta y siete era demasiado para el semi piso, semi alquilado donde un latin pobre, echado en su colchón, le escuchaba mientras miraba algún canal boliviano por la tele.
Primero tenía que pasar la entrevista.

-¿De dónde eres, man?
-Perú.
-¿Cuánto tiempo en Barna, man?
-Tres años seis meses.
-¿Familia, man?
-Una madre y cinco hermanas.
-¿Escuchas reguetón, man?
-Sí, señor.
-¿Daddy Yanki o Héctor el Bambino…man?
-Pregunta con trampa. Todo el mundo sabe que aquí sólo se escucha Tego Calderón, póngale sazón.

Llenaba muy bien el perfil.

En la calle y con la bolsita negra en el bolsillo, se cag*** de miedo. Volteas en la esquina a la derecha, saludas al vago sentado al lado del container con la señal de la pandilla para que te deje pasar, caminas dos calles, giras a la izquierda y te metes al edificio más viejo y más feo que veas. Dentro, subes por las escaleras, nunca por el ascensor porque te cuadran, y tocas la tercera puerta, tres veces primero y luego cuatro.
¿Y qué hay en la bolsita?, había preguntado el joven. “Lo mejor es no preguntar”, le había dicho su contratador, “tú solo lleva el paquete”.
Y eso había hecho.

Babú le había entreabierto la puerta y ahora lo examinaba detrás de sus cejas espesísimas como dos escobillas de lustrar zapatos. Ni hablemos de su barba.

-¿Tú tener el paquete?
-Sss…sss… ¡sí! -había tartamudeado. Para los que no creían que las monosílabas también se podían tartamudear.
Se sacó del bolsillo de la chaqueta la bolsita negra y se la entregó al señor moro. A cambio recibió el pastón de doscientos euros, en billetes de cinco para colmo. O sea un fajazo de plata que tuvo que guardarse en los calzoncillos para colmo de la paranoia.

De vuelta con su contratador, le explicaron lo de la paga.
-Cien euros para el jefe -dijo éste-, uno que no debes conocer.
Vale, pensó el joven, aún quedaban cien.
-Cincuenta para mí, el primer intermediario.
Eso significa que los otros cincuenta para mí, pensó el muchacho, contento.
-Treinta para ti, y los otros veinte para Babú. El muy idiota nos pagó de más y aquí los tratos se hacen limpiamente, porque los moros son bravos.

De vuelta en el piso de Babú, el joven no sabía muy bien cómo explicarle que le había pagado veinte euros de más, ojalá no se enojé el señor moro.
Le entreabrieron la puerta. El bigote de Babú asomó primero.
-Hola, Babú. Mira, que me diste veinte euros de más.
-Oh, gracias. Tú ser honesto. Quédatelos.
-Muchas gracias -reverencia hasta el piso.

......
Al otro día fue y se pidió su Kindle por Internet. Le llegó el paquete a los cuatro días hábiles. Bien contento, se dijo nunca más con los latin, si ya tengo lo que quería.
Sonó el teléfono.
Era su contratador. Quería que le llevara otro paquete.
-Lo siento, renuncio.
-¿Renuncias? Jajaja -risa de mafioso-… ¿en serio crees que renuncias, man?
-Este… sí.
-Caramba, man. Así no juega Perú. Eres una falla, man.
Y colgó.

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martes, 12 de octubre de 2010

Mi Vicio

Como algunos saben mi vicio son los videojuegos, con estos crecí y creo que nunca los dejaré de jugar aún si es que ya los he acabado me gusta volver a jugarlos jeje. Aca les dejo un video hecho por mí jugando Contra III del Super Nintendo pero sólo he grabado las partes de los bosses o jefes o mostros como quieran llamarlo =), ojalá les guste y ojala lo vean también U_U...Enjoy it!

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viernes, 8 de octubre de 2010

Habichuela's music

Habichuela hace todos los instrumentos y la cantada, pero la pandereta soy yo.




Estaré respondiendo en los comentarios, dice, como si tuviera hartos fans.

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