domingo, 24 de abril de 2011

A heartache's night

He soñado con el pasadizo que lleva a tu cuarto. Me veo parado a lado del lavandero, observando tu puerta. Sé que duermes tranquila sobre tu cama, detrás. Indeciso, me acerco y pongo el oído sobre la madera. La puerta chirria y por poco me caigo adentro. Caracho, sólo la habías pegado. No me sorprende, es más, me extraña que las llaves no estén colgadas afuera. La cortina oscila en el aire y la noche entera suspira lentamente. Es verano. Poco a poco mi vista se adapta y me doy cuenta que no estás en la habitación. Tus sábanas están revueltas, tibias. No debes estar lejos. Me meto en la cama y me pego hacia la pared, con la espalda hacia la puerta, y trato de dormir. Al poco rato escucho pasos, y de pronto la puerta se abre y cierra. Sé que eres tú, pero no volteo, tampoco pretendo hacerme el dormido. Tu aroma inunda la habitación y se esparce hacia la calle como incienso. Floto un rato con tu aroma.

- Oye, ¿qué haces aquí?

Menuda manera de reaccionar.

- No pienso salirme -digo tranquilo-.
- ¿Qué?
- Hasta mañana.
- Erwing...

Hago que ronco. Al rato ella entra también y nos quedamos mirando la oscuridad.

- Te amo, tonta -digo.

No responde. Espero que se duerma y al fin me abrazo a su cintura.
Toda la noche me duele el corazón, literalmente.

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miércoles, 20 de abril de 2011

when the monkey dance in the city



  Cuando los monos... by nadrojj

Es honesta, sabes, una canción que tarde o temprano un artista  tipo compone no importa la situación el momento o lugar, tampoco es una cuestión de militancia ecológica, no sé, mira, yo no inventé la regla de cantar sobre algo trascendente además del dolor amor, tarde o temprano, sabes, el caso es que a lo mejor me vuelve a pasar, a lo mejor la versiono de nuevo dentro de veinte treinta años, pero de una forma más movida y power, guitarra guitarra guitarra y bajo y batería. No como en ésta que es más lenta y estrambótica del tipo: más que nada pensemos en la letra sentados en un inmenso strawberry fields forever, con cintas iridiscentes en el cabello y gafas a lo Lennon, y con los cristales de un celeste lucy in the sky. Y no del tipo canción-voz-guitarra y con el alma al aire lo que llevo puesto, que es la versión que wingerr mencionó abajo, en su carta abierta a nadrojtien, que por cierto, nádroj ya le deberías ir contestando a ver si estás a la altura de su prosa renovada. Solo digo, a cada quien lo suyo. Y lo mío, de momento, aquí. A ver si tú eres igual de íntimo.


Habichuela Gallagher

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domingo, 17 de abril de 2011

Carta Pública a Nádrojtien


Trujillo, 05 de Abril de 2011.

Te escribo desde la modorra de la tarde, tirado en mi colchón con las manos extendidas hacia el teclado. El sol aún traspasa mi habitación, y cae suavemente sobre las sábanas de mi primo, mientras las pelusas de polvo ascienden lentamente. Este cuarto es un desastre, desde que mi hermano se fue y dejó libre la parte superior del camarote, tiro de todo a su cama vacía: ropa al desvestirme, los papeles de mis casos, libros comenzados y que agarro siempre que puedo (ya casi no paro en mi casa), la cubierta del libro de Ribeyro, cargadores, cámara, inhalador, lámpara de mano. El maletín negro de cuero que no va conmigo pero que llevo siempre que voy a la Corte.

Spinetta empieza a cantar después de una intro que me recuerda a Amy Winehouse (“Lo pensó dos veces y se marchó, como una frutilla su corazón, siempre el mismo rollo con los parientes…”). Creo que es la música adecuada para escribirte: tranquila, melódica, profunda (aunque en cama empieza a dar sueño). Creo que ya es hora de que empiece a escribirte:

Estas vacaciones son muy largas, Nádroj, son como medias pantis negras. Y digo medias pantis negras, específicamente de ese color, porque se me hacen un toque más sensuales y misteriosas a la vez, e incansables, inagotables. Sí pues, Nádroj. El tiempo es muy pernicioso para el hombre: corroe su mente, agita su alma, cuestiona su existencia. El tiempo y la soledad. Creo que por eso estoy saliendo airoso, ya no soy un náufrago (que terminan locos). Mi bastión en estas épocas, y espero que siempre, es el amor. Y los mil y un placeres nuevos que sospechábamos que existían, con sus miedos incluidos. Siento que traspasé una puerta que al abrir salió disparada.

Disculpa, no pude evitarlo, ahora escucho The XX, ese grupo que no te transmite nada.

El futuro es una vaina, Nádroj. Y tú sabes muy bien cómo creo en el futuro. Quisiera ver un poco más, observar cómo irá mi vida y regresar al presente, a vivirla tal como será, resignado, en paz, y feliz. Debes pensar que pido mucho, sobre todo porque eso implicaría tener un futuro feliz, pero, ¿qué es la felicidad sino unas cuantas perlas de momentos especiales esparcidas al azar? Así, si miramos atrás al rosario de la vida, podremos ver, y quizás contar con la mano, cada uno de nuestros momentos y darnos cuenta que valió la pena recorrer esos caminos intermedios, esas rutas oscuras que nos llevaron por los lugares correctos.

Me despido escuchando “Naturaleza”, una de tus mejores canciones según mi poco entender. Toda la tarde me dedicaré a sacudirme este estado reflexivo, que me hizo descender a mis infiernos; pero fue necesario. Nos estamos viendo, Nádroj, de cuando en cuando hay que cruzar el charco, aunque sea ayudados por las palabras.

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lunes, 11 de abril de 2011

Wild east (otra historia sobre moverse en el mundo)

El cuartito de María era así, uno vacío casi con un colchón bien limpio con sus sábanas de flores. María oliendo a agua de colonia, de a litro. Rica. Tenía doce libros, los mismos de toda la vida, el resto de su vida en su cuarto en el último piso de un edificio desangelado, grisáceo, en la calle Colima, o sea bien alto, antes de llegar a la iglesia, como a medio camino. 

Me freía dos huevos y pescado, cuando tenía, porque había días en que llegaba y nos pasábamos una tarde con dos soles de pan. Qué calentito y veraniego era bajar a la panadería y comprar dos soles de francés, a las seis de la tarde, un poco pasadas. Cuando a esa hora el sol caía sobre el mar, se apagaba en rojo, horizontalmente e incendiaba el cielo y sus nubes rasgadas bien alto, prendía un incendio bestial, mira, María, no me negarás que es el cielo más hermoso y rojo del mundo. María me decía: ¿tontito, cuándo te irás de mi cuarto?, ¿cuándo dejarás de aparecerte en las tardes más inconvenidas? 

En el fondo ella quería desaparecer. Desaparecer de toda la gente y ser vista lo mínimo. Por eso se había venido a este puerto tan venido a menos, porque un día, María, había salido de La Floresta, en el este, y había llegado al borde del mundo, de nuestro mundo, pero no había querido ir más lejos. Aquel edificio le bastaba para vivir al margen de las noticias, la gente y los pensamientos. 



Yo llegué casi igual que María, solo que con el corazón en fuego, saltándome en el pecho, desde el este también, pero más allá, desde el otro lado de las montañas, donde se extienden las llanuras verdes y no hay necesidad de barcos. Vivía con mi madre y mis hermanos en una cabaña de barro, limpia y acogedora, con la lumbre siempre encendida y encima una olla negra de leche de cabra. 

Vivía con el corazón en fuego a partir de una noche que soñé con un cielo negro. Al despertar, casi me mata la fiebre, la pena y la angustia. El corazón en fuego, y no llevaba camisa, y tanto que hasta sudaba lo que bebía. Por fin, un día mi madre vino del meandro, donde se forma un pantano espeso que cubre el mundo. Me dijo: pregunté al dios, tu corazón extraña el oeste. Y yo la miré a sus ojos grises, mi madre arrugada y consciente de que no conozco más lugar que el suyo. Ella te mira, sus ojos se mojan y vibran, ella palidece, y tú la ves esperando que la primera lágrima abra al campo sus mejillas y corra luego su tristeza. Pero ahí se queda todo. Luego sabes que el dolor siempre lo llevara en el pecho. No con fuego, sino con hielo. 



A diferencia de María yo no puedo vivir en el margen del mundo, tengo que seguir hacia el oeste, que mi corazón vuelve a quemar, ya no con fuerza, ni con fiebre. En este puerto, el llamado es más leve, golpea raras veces como un eco, más bien, antes que como el dolor de antaño. Se que nunca me quedaré aquí. Un buen día saltaré al mar, con nave o sin ella y nadaré hacia la línea que separa el océano del cielo. Hasta entonces, alargo el llamado en el cuarto de María, conversando de libros que ella lee, de sueños que ha tenido… Le cuento las pecas. ¿Por qué te cortaste el cabello? Tiene unas greñas desiguales y castañas. ¿Y por qué sales tan poco? En este edificio grisáceo y desangelado casi nadie la conoce. Casi nadie se pasea por aquí. Casi nadie vive en el pueblo. A veces María no quiere contestarme a nada de lo que le pregunto, aunque ella dice que sí que lo hace. Con la mente, con su mirada eterna (porque cuando la miro parece que nunca se fuera a morir), me dice ella: te hablo, pero no me escuchas. Y yo le digo con la alegría encogida: quiero, quiero, quiero, mujer. Pero nunca tengo idea de lo que me dice cuando me mira a los ojos. 

Tengo miedo de que ella pierda la voz y nunca más sepa lo que me dice, sé que es tonto, pero puede pasar, en especial en un lugar como éste, donde no hay nadie que te pueda prestar auxilio si te ocurre algo. Si se quema el cuarto, si se incendia mi pecho un buen día por tanto quedarme en el este.
María me apremia. Vete en un bote cualquiera. Tiene que ser un velero, María, le digo. Un velero o nada. Nada, entonces, me dice ella con un juego de palabras: nada bien lejos, que no me dejas desaparecer. Entonces me enojo, aunque la amo con fuerza, a veces me enojo: largo, desaparécete tú sola. Y me marcho otra vez de su cuarto, pensando que en el muelle encontraré amarrado un velero blanco y reluciente, para mí. Pero no hallo más que vulgares botes pesqueros, a remos o a motor, salados, toscos y despreciables. Imposible cruzar el mar en ellos, moriría como debió haber muerto el viejo de Hemingway. Solo, en medio de la nada, con una nave a la deriva, la espalda desnuda y picada por la sal. Ése sería un lógico final. Solo que yo no moriría seco, sino consumido. 

Como hago siempre que me canso de todo, me desabotono la camisa, botón a botón. Me gustan las camisas de manga corta y con diseños de cuadros azules y celestes, por algo será. Me la quito y examino mi pecho desnudo, flaco y pálido. Palpo encima del corazón. Quema poco, no como antes. Es un eco de calor, manso, inofensivo porque nunca me quedaré en este lugar. No importa cuanto ame a María. El día que decida quedarme acá, el corazón se me encenderá en fuego rojo (como el cielo al atardecer), abrazará mis entrañas y moriré consumido por la llama de un deseo extraño, que no sé quién puso en mi corazón.

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martes, 5 de abril de 2011

Carta Jurídica [fragmento]


Te presento mi pretensión, libre de ambigüedades: quiero subir a tu cuarto y allanarme a tu contestación. ¡O no!, tengo una mejor idea: declárame rebelde y me haces lo que quieras, en una audiencia oral, donde grabemos nuestros incidentes. Que sea en una noche de lluvia, lejos de la modorra de la corte, o de tu fiscalía que tanto adoras. Subiré a tu habitación y actuaremos las pruebas, declaraciones de parte, testimoniales que narren nuestros encuentros a hurtadillas, aunque los testigos sólo seamos tu y yo, y no haya tercero imparcial, ni parcial, ni tercero. Sólo tú y yo en una simulación perfecta, encima de tus sábanas, mientras la cortina entra y sale por la ventana del balcón.

Mi pretensión no te la mando por escrito, te la digo todo de boca, para que con tus labios selles mi cargo, y tu respuesta sea célere y real, y no detrás de un vidrio. Tienes el cuerpo de mi escrito para llenarme de sellos, pues mi escrito soy yo, y tus besos encajan perfectamente en cualquier parte, en cualquier letra de mi ser.

Sé diligente, no me hagas esperar.

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