lunes, 10 de octubre de 2011

Relato cien por cien barcelonino

Ernest Descals-Pintor

Unos guiris miraban su guía de Barcelona, qué equipados para el viaje, con una guía ya la rompen, definitivamente. Míralos, sabiendo de Gaudí más que los propios barcelonenses. Qué bestia con la información del cuadernito. Su peso en oro, Darling. Sí y se enteran de cosas como por ejemplo sabías que los cuatro primeros ladrillos de una masía se colocaban dos con  una mano derecha y dos con la izquierda, para buen augurio de equilibrio y bonanza. Y mi colega Arnau Palafrugell se rascaría la cabeza con dos dedos de la mano, ni enterado, y eso que sus abuelos ayudaron a levantar Catalunya. Sangre sudor y lágrimas. Le dije: cómo no lo sabías, Arnau!, malditas guías, no hay derecho. Los turistas enterados de cada detalle pendejo que hay en esta ciudad. Que si Passeig de Gràcia en la guerra civil, que si el comte de Urgell en su lecho de muerte en su castillo. Que si Gaudí muerto por el tranvía (esa sí que me la sé). Y van felices de la vida por las ramblas, los guiris. Claro que su guía nuevita y reluciente nunca les dijo, por ejemplo, que por las ramblas hay un gran surtido de carteristas. De todas las nacionalidades y credos. Y luego se tienen que pasar media mañana en una comisaría del casco antiguo sentando una denuncia de robo, mitad en inglés, mitad en castellano. Darling, fucking guide. Thieves in las Ramblas, that’s a basic fucking tip! Y más respeto que los abuelos de Arnau levantaron esta fucking ciudad, y ni les cuento, guiris, que en sus tiempos había pistoleros por las calles, rollo wild west, y asaltaban las diligencias y luego mataban al gobernador, disparándole a quemarropa, porque, ya que estamos, también eran anarquistas militantes de unos apasionados partidos. Y al cadáver ni le robaban ni nada, porque el acto de matar políticos es, con todo, una de las cosas más políticas que existe. A lo mejor se cobraban las balas y el heno de los caballos, nada más. A lo mejor. Pero tiempos revueltos aquellos y ni si quiera hay que remontarse mucho. Menos de cien años, chico. Cuando los abuelos de Arnau estaban por allí derramando sangre, sudor y lágrimas por doquier. Incluso los cogieron de prisioneros durante la guerra civil, malditos falangistas y los tuvieron meses, días y noches espantosos en una celda con ratas y un poco de paja y una ventanita en lo más alto de la pared, donde de noche la luz clara de luna se proyectaba sobre el piso de la celda y, ya que estaba, invadido por la nostalgia uno de los abuelos de Arnau se ponía a rememorar sus años de chico cándido correteando por la masía de su padre, trabajando la tierra, yendo a la escuela para ser un hombre de bien y, los domingos en Barcelona, habiendo viajado un día a caballo, desde Lleida, se veía entrando a la tienda de las golosinas. La gloria. Con tantos chuches se le hacían los ojos como platos, al chavalín abuelo de Arnau. Compraba una enorme paleta de fresa y se iba a corretear por la incipiente plaza Catalunya, entre las palomas. Cuando las palomas eran guays, por supuesto. Es decir, hace mucho tiempo. Porque ahora no me parecen más que una bola de parásitos con alas que no lo dejan sentarse a uno en su banca preferida cada vez que va con su libro a leer, sintiéndose de lo más culto. 



Pero no nos apartemos del tema. Los recuerdos despiertan la nostalgia en uno de los abuelos de Arnau y así se lamenta: “mala sort la meva, noi, quina mala sort”.  Y, como lo escucha parlar en catalán, el carcelero va y le cruza la cara con un certero puñetazo. Tremendo hijo de puta, el carcelero. Y más todavía el Gran Hermano de Franco, que se lo ordena desde algún lejano frente de guerra. Afortunadamente los abuelos de Arnau (que por entonces eran amigos y no sabían que sus hijos se casarían y engendrarían a su nieto) logran escaparse de la celda una noche, producto de un plan elaboradísimo que entre otras cosas incluyó ganarse a las mujeres de los guardias y agenciarse con serruchos, martillos y cinceles camuflados en sendas tartas de manzana y calabaza que las catoliquísimas mujeres les ofrecieron por caridad. No. Eso sí que no te lo creo, chico. Pero qué va. Seguro que los abuelos de Arnau les dieron trámite. Si sabes lo que quiero decir. Eran un par de pícaros. Aunque no sé cómo, la verdad, porque esa parte, y la del viaje de retorno a la querida Catalunya, es de lo más oscura e imprecisa. El abuelo de Arnau no me lo quiso contar, malvado. Me dijo: “Peruanito (con cariño) hi ha coses que me les portaré a la meva tomba”. Y allí se jodió mi novela. Yo creo que en el fondo no me quiso ceder los derechos, especialmente cuando supo que más que comprarlos, yo los quería en calidad de préstamo. Y Arnau me dijo: pero si tengo al otro abuelo. Y yo le digo: tío, que el otro tiene Alzheimer. Me tiré cuatro visitas de dos horas en el geriátrico, en plan García Márquez, y al final no le saqué más que disparates. Y luego de un mes voy y le digo a mi colega: Arnau, pero aún puedo escribir la novela con tu nombre. Sólo saca de la caja fuerte las memorias inéditas de tu abuelo. Y el maldito de Arnau que va y no me contesta el correo electrónico y una semana después sube al facebook fotos de sus vacaciones en Bruselas con un montón de gente guay. Sangre, sudor y lágrimas, tachando, claro, la primera y última palabra y dejando bien recalcada la de en medio. Sudor. Qué bestia Arnau para bailar con esa chica recontra uff en sus fotos del facebook. Debía hacer muchísimo calor. Sudor, sudor, sudor, sudor. Oye y si algún día te visitan en la ciudad, porfa, diles lo que no dicen los libros turísticos de Barcelona. Diles que en las Ramblas hay carteristas, tío. Que a los pobres guiris esto nadie se los cuenta. Benditas guías. Y luego se tienen que pasar media mañana en una comisaría del casco antiguo sentando una denuncia de robo, mitad en inglés, mitad en español. Como éstas que están a mi lado, por ejemplo, esperando el metro como yo. Seguro que tampoco nadie se los ha dicho. Y eso que se ven de lo más simpáticas.
-Excuse me, sweetheart. Has anyone told you that there are thieves in las Ramblas?

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viernes, 7 de octubre de 2011

Concurso fotográfico PUCP: gana el que tiene más amigos (¬¬)





Creo esta entrada con "ánimus exponendi", no vayan a pensar que es una queja. Sólo quiero colgar las dos fotos ganadoras de un concurso de fotografía en el que participé, y la foto que presenté (la de arriba), a ver si logran adivinar mi opinión.
Y aquí vienen:

*Redoble de tambores*

¡Primer Puesto!


Un venado-maravilla PUCP.


¡Segundo Puesto!


Oh, otro venado-maravilla PUCP.

Comentario sutil: ¿Me pregunto qué número tendrán esos venados? ¿15029 ó 12304?
Dato útil para interpretar el comentario sutil: los venados llevan en la oreja un pin con un número único.

Ya ya...comentario quejiche: si van a tomarle foto a algo que abunda en la PUCP y es muy fácil de fotografiar, al menos preocúpense por hacer una buena toma, digo, digo xD...
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Aquí el enlace de las fotos que participaron en el concurso (y que no dudo que hay mejores que la mía):

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miércoles, 5 de octubre de 2011

Deseo reprimido realizado 2: quidditch!!

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lunes, 3 de octubre de 2011

cuaderno


Antes de que venga nadie termino de escribir mi diario. Me gusta registrar cada día en la quietud de mi habitación, en silencio y oscuridad, que es cuando mejor me salen las palabras. Así, aunque haya poco que contar, me extiendo en reflexiones y divago hasta que lleno un buen número de páginas. Tantas que este cuaderno está a punto de acabarse. Y cuando lo haga, no sé donde lo dejaré. Tengo tantos que se me pierden. Aparecen y desaparecen debajo de los cojines del sofá en el salón, detrás de una repisa en la cocina, en el desván, en una caja llena de telarañas, tengo muchos, algunos están a salvo en la biblioteca, otros nunca los volví a ver, un par me los robaron y al cabo de una semana aparecieron deshojados y arrugados, deslomados, sucios y esparcidos frente a mi puerta. Me gusta pensar que fue Elena. Me excita muchísimo imaginarla sujetando mis cuadernos, con sus ojos seductores metidos en mis páginas, susurrando cada palabra; aunque luego siempre termino por descartar la idea. Sea como sea no conozco a nadie que lea en inglés, que es el idioma en el que escribo. Escribo en inglés para que nadie me lea. Al fin y al cabo, un diario es un diario. Personal.

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