lunes, 11 de julio de 2011

A hurtadillas

Salí de clase y me dirigí a un teléfono:


- Amor, ya voy a verte, espérame.

En realidad me encontraba a cinco metros de su cuarto, pero caminé en otra dirección. Paseé por calles oscuras, callejones poco transitados, un parque, otro parque, y llegué a la casa del día anterior. La rosa rosada seguía sola en medio de rosas rojas, altanera, perfumando la noche. Sin embargo, ahí también estaba el vigilante, sentado en una silla de plástico, conversando con un vecino. El vigilante era viejo, seguramente ni podía correr, pero su sola presencia emanaba autoridad al fondo de la calle, y bastaba dos silbidos para que los vecinos de al frente se echen a mi caza. Indeciso, me hice el que llamaba por celular mientras vigilaba el escenario. El día anterior había estado con Liz sentados en un muro cercano, mientras nos protegíamos del frío. En plan de broma le había prometido que volvería a ese lugar, a hurtar dicha rosa. Y ahí estaba, marcando mi celular, sin animarme. Mentalmente contaba hasta tres, llegaba a tres y me lamentaba. Cuando estuve a punto de lanzarme, dos señoritas pasaron por mi costado y se metieron a la casa. Otra vez me quedé parado en la vereda. Ya habían pasado quince minutos y empezaba a desesperarme, Liz me esperaba.
Me metí al jardín y miré de nuevo al vigilante, me pareció que me seguía con la mirada. Para disimular empecé a fotografiar la rosa y a eliminar una y otra vez la misma foto borrosa. Hasta que me cansé. "Caracho, ya qué mas da". Agarré con fuerza el tallo de la flor y las espinas se deshicieron en mi mano. La rosa se desprendió y empecé a correr despavorido. Corrí por calles, atravesé el parque, me volví loco con los silbidos en la cabeza... y seguí corriendo. Cuando me encontré en la calle de Liz aminoré la marcha. Llegué a su pensión, la llamé a su balcón, mientras todo el mundo me observaba victorioso.
Lo demás es privado (xD).

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