lunes, 28 de febrero de 2011

El asado I

El recuerdo que tengo sobre haber ido al cine con ellos, con dos de mis mejores amigos en el viejo cine Urgell, hace ya veinte años, la verdad es que me pone enfermo. 




No es mentira. Lo digo de verdad, los amo, pero aquella vez los odié con pasión. 
Y eso que no me considero un tipo listo ni especial, no crean, en realidad pienso que soy muy tarado la mayor parte del tiempo. 
Era así, de los días en los que no me gustaba el cine en particular, y me daba lo mismo ver lo que me pusieran delante, me soplaba cualquier cosa. No tenía estómago. Salvo aquella vez, que nos pusieron una comedia para enfermarse, y yo al principio estuve como bueno, me da igual, acabando la proyección la pondremos a parir. Entonces se empezó a reír toda la sala. Panda de cretinos, dije, no tienen sentido del humor. Hasta entonces normal, pero luego llegó una escena, no la recuerdo bien, así que me inventaré cualquier cosa, la escena era tan mala, que con inventarme lo que sea ya le hago justicia: digamos por ejemplo, que el protagonista se apoya en una escalera de biblioteca y la chica que estaba en la cima, buscando un libro, se le cae de piernas sobre los hombros y ambos, chica y protagonista se la pasan todo el plano balanceándose de un lugar a otro con sendas caras de idiotas. Fue cuando ellos empezaron a reír.
Angelina y Robert se partían recontra cómplices, ignorándome soberanamente, mientras yo los miraba atónito, como bicho intergaláctico. Y ahora los amo,  pero aquella vez los odié con el corazón. ¿Cómo se supone que uno pueda reírse de eso?
Verlos así de contentos, los dos juntos, sin ocuparse un poco de mí me hizo sentir condenadamente solo y enfermo, en especial porque sabía que Angelina se moría entera por Robert, y estar a su lado la ponía loquita. Comedias estúpidas incluidas. 
Era para vomitar.

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sábado, 19 de febrero de 2011

Song story

Vamos pasando el sábado con un relato surrealista en forma de canción, al estilo Bob Dylan:


 Song bob dylanesca by nadrojj 


Lyric:
Voy caminando en medio del desierto / hay solo arena y se me pasa el tiempo
tengo los labios rotos, y la consciencia mala / no sé si aguante hasta la próxima semana 
pero de pronto veo, un edicio alto y ostentoso / me pregunto ¿será un espejismo?, aunque no soy supersticioso,
me acerco pronto, tengo mucha sed / toco el timbre y el portero me dice: 
"buenos días tenga usted".

Adentro hay fresco, y mucha gente trabajando / en escritorios y entre ellos platicando
yo les pregunto qué hacen en medio de la nada, no es habitual / y ellos me dicen: "somos una sucursal".

Opino que es muy raro, bueno díganme qué venden / por aquí no hay nada muy comercializable
ellos me dicen: "claro que lo hay, vendemos arena / tío, esto es muy obvio, y nos tienes que pagar"
les digo una **** y me vacío los bolsillos, / los dos zapatados, y hasta por dentro del fundillo
y les informo que me pegaré un duchazo, ellos me dicen: / "al fondo del pasillo hay un buen baño"
me enjabono y bebo mucha agua, / estoy saltando de alegría esto es como un nirvana
y ya saliendo alguien me extiende una boleta / "son tres mil euros ¿efectivo o tarjeta?"

No puede ser, si no llevo dinero / y uno me dice: "así me pasó en febrero
porque esto tiene intereses, y el sueldo ya es muy bajo /y no te olvides que el alojamiento aquí es muy, muy caro"...
el otro dice: "a mí me pasó en noviembre, / y aquí te quedas trabajando un poquito para siempre".

Cuando la nada pertenece a una multinacional, /no hay nada que podamos hacer para no empeñar
nuestra vida y libertad.

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martes, 15 de febrero de 2011

episodio san valentinesco



La última vez fue una noche en el parque mansiche, como siempre. A las once, él trepó como de costumbre por las rejas oxidadas que dejaban en sus manos partículas mugrosas de pintura oscura. Se encaramó sobre el enrejado, a dos metros de altura. Frente a él se extendía el parque Yonel Arroyo, nombrado así en honor al niño héroe; aunque la gente solía referirse a él como el parque mansiche. Las luces pobres de los postes iluminaban apenas lo justo para que uno viera por dónde se movía y pudiera distinguir las sombras que a esas horas los árboles anónimos echaban sobre la grama. Si uno caminaba ahora por allí, podría sentir el olor a barro y hojas verdes y, muy fino, casi sin notarse, el olor de las pocas rosas que crecían en algunas parcelas pequeñitas. 

Tomás, trepado todavía, pasó una pierna primero y luego la otra, cuidándose de que los pantalones no se le quedaran enganchados en los filos de las barras de metal. A un metro del suelo, pegó un salto para atrás y aterrizó sin problemas sobre el camino de cemento que más adelante se bifurcaba hasta alcanzar los rincones más alejados y oscuros del parque mansiche. 

Estaba guapo. Se había peinado con el cabello desordenado, tal como le gustaba desde que había empezado a leer las novelas de Harry Potter. Antes de continuar, se acomodó la elegante camisa verde petróleo, asegurándose de que ésta le cayera de forma casual a la altura de las caderas. Revisó sus jeans, azules y blancuzcos, y los encontró en su punto perfecto de suciedad, ni muy muy, ni tan tan. 

Mientras seguía uno de los tantos senderos, atravesando la desolada canchita de fútbol a su derecha y los sube y baja a la izquierda; miraba a su alrededor la noche y podía saborear, con algo de tristeza, la última emoción. El último latir fuerte de su joven corazón, preparado para el amor incierto. Dejaba atrás uno, dos, tres árboles oscuros; pasaba por una parcela de tierra en la que se había instalado un juego de barras para colgarse; seguía y ahora dejaba atrás un jardincito con sus pocas flores arrancadas, seguramente, aquella tarde por los chicos del barrio. 

Se apresuraba, pronto llegaría al árbol de detrás de la cancha de básquet. 

Comprobó sus bolsillos. Escuchó las monedas tintinear. Seis soles. Los últimos seis soles de la última noche. Ya se había hecho a la idea. No tenía remedio. A pesar de que lo había intentado todo para persuadirla, hasta se le habían humedecido los ojos en su delante; Verónica había seguido diciendo que no, alta y bonita, delante de Tomás, con su cartera pequeña en la que apenas podía meter una mano. ¿Qué tanto guardas allí, Verónica? Caramelos, había dicho ella. Hace frío, Verónica. Yo no lo siento, Tomás, yo nunca siento el frío, ni los besos ni las caricias, había dicho ella. ¿Por qué? Porque así lo he decidido, cielo y déjate de preguntarme más cosas. Luego, Verónica había retomado la conversación. Que la próxima sería la última vez, Tomás, la despedida. Que una cosa era con adultos, otra muy distinta con niños. No me puedes seguir pagando para que sea tu novia, entiende, corazón. Ay…y encima la culpa es mía.

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sábado, 12 de febrero de 2011

Corre Ave de Luz


Salí de mi casa sintiéndome más culpable que nunca, pero con la certeza que hacía lo correcto. Ave de luz iría a despedir a su Pequeña Uh al aeropuerto, y yo iba a dar fe que cada pedaleada se había dado con amor, frío, miedo, y fatiga. Aunque en realidad creo que si no hubiera acompañado a Ave de luz él no hubiera extendido sus alas y habría guardado sus ideas innovativas y poco convencionales para otro momento.
El domingo que salí de mi casa, mintiendo que iba a hacer un trabajo grupal toda la noche cuando en realidad iba a manejar bicicleta hasta el aeropuerto de Huanchaco y encima de madrugada y encima por primera vez en mi vida manejando en pista, con ticos, taxis, micros y bestias en la avenida, agregándole, esto sí, el examen del día siguiente para el cual no había estudiado casi nada; sentí que era lo correcto, lo más romántico y loco que podía hacer en estas semanas de angustia, estrés y depresión, y tómese romántico no en su aspecto sólo cursi sino también en esa connotación que se me escapa de las manos como humo de cigarro y trato de alcanzar. En fin, el domingo manejé de Buenos Aires hasta la ciudad universitaria, después de años de no tocar una bici, después de haber tenido mala noche por haber ido a una fiesta, haber practicado fútbol en la mañana, manejando yo una bicicleta vieja cuyo pedal izquierdo estaba vencido, por lo que mi pierna derecha era la única que se esforzaba, y por todo lo anterior, que cuando llegué a la universidad me agarró un calambre en el muslo derecho que casi hace que me atropellen un día antes de la aventura. Al menos ese día cené chifa, y eso que a mí no me gusta mucho pero el fideo entra con todo.
Antes de dormir, aunque en realidad yo no dormí, mejor dicho, antes de estar tirados conversando en un colchón, ya habíamos preparado todo para salir de madrugada, teníamos nuestro arcenal: dos chocolates triángulo por si las fuerzas flaqueaban, una botella de agua por si la garganta no daba, y dos halls para cualquier apuro. Listo, a domir, o conversar entre sueños.

La alarma sonó a las 2:30 a.m. pero nos dimos cuenta unos segundos después. Sacamos las bicicletas que habíamos amarrado con una soga a la ventana del hall, y a las 3:00 a.m ya estábamos manejando, desde el óvalo Larco, en dirección al mall, para luego voltear en dirección a Huanchaco. Ave de luz adelante y yo justo detrás, que me quedaba por ratos, esforzándome por seguirle el ritmo. La verdad que a esa hora casi ni autos había, ni personas, sólo uno que otro reciclador, un patrullero estacionado conversando con dos chicos entre vidrios rotos, y la pista oscura que se extendía hasta donde alcanzaba la vista y nos perdíamos. Pobre Poder Judicial recuerdo haber pensado al pasar, al verlo inmenso y completamente iluminado, vacío como siempre, (nunca mejor expresado). O la emoción de manejar entre el desierto chimú, con huacas a los costados, sintiendo el misterio que se diluía con el viento de la noche, tratando de transportarme a épocas remotas.
Llegamos al final del camino, que habíamos seguido diligentemente según los carteles (jamás en la vida habíamos ido al aeropuerto ni transitado por la carretera que desemboca en él), y nos chocamos con un portón de barrotes de fierro, cerrado en plena oscuridad. Eran las 4:00 a.m. y abrían a las 4:30. Tirados en la vereda nos comimos los halls mientras esperábamos. De pronto, de un taxi estacionado en el otro extremo de la avenida salió un hombre en calzoncillos y se puso a orinar en la calle. Las cosas que uno ve -pensé. Y con las mismas subió de nuevo al taxi al trasero posterior, tal vez al encuentro de una mujer.
La media hora pasó e inmediatamente le exigimos al vigilante que nos dejara pasar, claro que el vigilante no se dio cuenta que le exigíamos, por algo éramos estudiantes de Derecho, y una vez superada la barrera de fierro manejamos el último tramo y llegamos. Un aeropuerto desierto, sin trabajadores, sin pasajeros (bueno, sólo una), y con unas bancas de plástico muy cómodas en las cuales dormí echado mientras Ave de luz averiguaba si el viaje era ese Lunes, o había sido ayer, o a qué hora era. Me dormí rogando que no hayamos manejado en vano.
Cuando desperté, Pequeña Uh no había llegado, pero sus compañeras sí, así que sí, ese era el día del viaje, sólo que 3 horas después. Hasta que llegó, y Ave de luz fue feliz, a pesar de que se iba, y emocionado él por saludar a la familia, que toca mi corazón, boom boom boom. Y se fue, o nos fuimos, nos despedimos, y deseamos suerte.
Al regreso, manejando de nuevo, nos comimos los chocolates. Y cuando llegamos a Trujillo, otra vez, nos metimos a un hueco a comer shambar, a recuperar las fuerzas porque Ave de luz iniciaba a trabajar ese día, y a mí me quedaba toda la mañana para estudiar para mi examen. Que por cierto para no dormirme tuve que estudiar parado encima de la cama de mi primo, pero esa es otra historia.
Mi examen no lo di tan bien, pero aprobé, y todo salió como debió salir. En fin, no nos pasó nada, que es lo bueno.
(Aunque no quiero omitir que las posaderas quedaron doliendo por lo menos hasta dos días después).

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lunes, 7 de febrero de 2011

Todo tan romántico


Bueno más o menos yo no sabía si acostarme, llegado a este tipo de citas la verdad es que no sé bien cómo actuar, porque son cosas nuevas para mí y solo me preocupa caer bien, mientras que por otra parte la incertidumbre me tiene abierto a todo. Me explico, si siento cansancio, no digo nada; yo soy capaz de aguantarme, aunque a ella le gustaría que le hiciera saber cualquier incomodidad. Dijo, "porque después te puede estar doliendo la boca todo el rato", casi sin acento. Apenas se podía notar que el inglés era su primera lengua. Luego, se ponía tan cerca de mí, al alcance de un beso. Esto puede resultar tan romántico, pero cuánto me cuesta adivinar los pasos que me toca dar, ¿hablo?, pero si no puedo. ¿Sonrío?, tampoco, no me alcanza. Eso sí, hago una señal de "todo ok" con el pulgar de la mano izquierda. Y cuando no vamos tan bien, le digo que más o menos, oscilando en el aire la palma de una mano. 

Gotitas de agua me mojan las gafas, pero no me atrevo a limpiarlas, aunque no importa porque ella tiene unos ojitos verdes también gafeados, y correspondientemente mojados en sus cristales. Se aleja y yo miro a todas partes con los ojos. Me explico, miro a todas partes sin mover un músculo, salvo los músculos oculares, que son los que tengo que mover, entonces recuerdo que hay buena iluminación en el cuarto. Ella vuelve y se pone a la distancia de un beso. Digo, ¿rayos, será así siempre? Debe ser, quién sabe, en todo caso soy pésimo para interpretar cualquier tipo de señales, incluso las de humo.

Abro la boca, ella se acerca, tan próxima... aunque lleva mascarilla, por supuesto, no espero un beso; aunque todo lo sugiera, y todo también lo niegue. Eso sí, parece que se me va a meter de cabeza en la boca. Introduce los dedos, casi las manos; le digo mentalmente: "cuidado te me caigas adentro". ¡Qué se va a caer! Debe hacer esto treinta veces al día. Más bien saca unos alfileres y me los mete dentro, aunque yo no veo cuán dentro. Me pincha por allí y ni me entero, salvo el roce. "¿Duele?", dice ella. No puedo hablar ni sonreír. Aventuro un sonido gutural "ghwru grhwu", eso quiere decir que no. A veces le digo que no con la mano, para que no piense que tengo pocos recursos comunicativos.  

Al final no hubo beso, sí dolor, poquito. Nos despedimos y ella sonríe, mientras que yo soy incapaz de interpretar ese gesto. Le digo que a lo mejor vuelvo otro de estos días: 
Me queda una caries pequeñita, que no es tan urgente.

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