Dime, Florentino ~

Me echo en mi cama y miro el papel en blanco, pálido ante mí.

¡Oh Florentino!, ¿cómo hacías, cuando te sentabas en tu mesita y los enamorados acudían a tu ingenio?, ¿cómo hacías cuando almas desamparadas (por el arte) te rogaban por un poema? O, peor aún, ¿cómo te daba la cara para cobrar? u.u...Hace días tocaron a mi puerta, y me dejaron un encargo: Un poema, señor, o no, mejor un acróstico. No me dieron las palabras para negarme, a pesar que desde muy adentro las ganas por escribir seguían débiles y apaleadas.
Así que, trato. Miro el papel arrugado encima de mi almohada y mi mente divaga, se va por los rincones del pasado, se acuerda de las chicas que nos silvaron, y del sol caliente en las mejillas. Divaga. Florentino, ¿en tan poco tiempo lo hacías? Pero, de pronto, se me ocurre hacer algo: posar el lápiz, con la punta fina de carbón, y dejar un punto en el papel. ¡Una chispa! Una chispa brota de la punta del lápiz y mi retina la mantiene. Empiezo. Monótonamente rasgo el papel mientras mi mente disfruta, sí, ya no divaga por las calles de Florencia de Mora, se deja llevar al compás de mi corazón (¡escribo!). Al final, el acróstico ha nacido, y el nombre de la chica me mira y me sonríe. Ah, Julieta Enriqueta, si te conociera...te diría cosas más bonitas.

Pienso: ¿Será que el lápiz actúa como antena y capta esos versos?