¡Te vi!

Una agenda, con una fundita de cuero. Aquella señora miraba fijamente su agenda, parecía consultar sus actividades del día mientras el metro serpenteaba entre los túneles oscuros y misteriosos, llenos de criaturas fantásticas (en general ratas). Y yo, llegando tarde a clases, me movía apresuradamente a lo largo de los vagones para alcanzar el último, poder bajar primero y correr hasta el siguiente tren. Así es la vida de coger trenes y viajar por el inframundo de la red tmb. Pero bueno, decía, era una agenda con su fundita de cuero, hasta que me acerqué más y dije qué raro, es una agenda muy delgadita. Luego me acerqué más y dije, qué más raro todavía, parece un ipod gigante, de blanco. Tenía una pantalla muy grande que reproducía un texto luminoso y que aquella mujer leía mientras con un dedo deslizaba hacia abajo el texto en vez de pasar la página. Después, si se aburría de ese libro, qué importaba, en la memoria tenía cochomil más. Rayos. Era un kindle.

Estaba allí, el asesino de los libros, cometiendo su primer asesinato. No sé qué habría estado leyendo aquella mujer (¿____?), pero de pronto me invadieron unas ganas terribles de coger su kindle, arrojarlo al suelo y bailar marinera encima del aparato.
Por supuesto, me detuvo el hecho de no saber bailar marinera.

De repente el espíritu wingeriano de nostalgia por un libro forrado y bien cuidado, y las dosis de inhalación de páginas recién impresas que a él lo dejaban viendo dragones de colores, me invadió. Toda una serie de preguntas acerca del destino de los libros se apoderó de mí. ¿Esta máquina es el futuro? ¿Dejarán de talar a los inservibles árboles? ¿Será más fácil piratear a los escritores? ¿Será como en la música, se dejarán de vender libros? ... Aturdidísimo miré con enojo a aquella mujer y me bajé del metro.
Saliendo, me crucé con otro kindle, y luego uno más. Estaban en todas partes.