Me gustaría abrir los ojos y tenerte serpenteando delante de mí, como alma que lleva el viento. Podría preguntarte si llegas lejos, hasta Montjuic. Creo verlo, sí, quizás. O no. A lo mejor ése no es Montjuic. ¿Pero volarías?
Despierta, mocoso. Ay, lo siento. Tu mochila. Sí, sí, aquí. Tu agua, tus cuadernos. Te me vas, chau, chau, besos.
Me han echado a la calle. No era tan tarde y no tengo a dónde ir, bueno sí. Así que mejor voy. Sant Antoni recién se levanta, los edificios aún no abren los ojos, las viejitas desayunan, los árboles silban y yo medio dormido pienso en ti, con tu alma serpenteando entre el viento. Creo que estoy sonriendo, me late, más o menos. No tengo la certeza porque estoy sonámbulo, pero me parece que sí, ya voy sonriendo. Y por si se me da por dormir caminando, mejor pongo un poco de jazz. ¡Oh!, esta ciudad se despierta con jazz, qué cosas tan hermosas tiene. Porque el jazz es música para la noche, pero las mañanas siempre, siempre tienen algo de noche.
De pronto el viento sopla. Ah, qué rico, el fresco de las 7, casi helado, casi cruel, pero delicioso para mí, que estoy un poco ido. Sería lindo poder dejarme llevar, despegarme del suelo y salir impulsado por la brisa, como alma que lleva el viento. Recogerte y volar hasta Montjuic, los dos, y darnos cuenta de que ése no era. Era el otro, el otro Montjuic. Ése, sí, mira el estadio olímpico, allí está. Al otro lado de la ciudad, pero no hay prisa. A ti te queda alma, y a mi me queda viento.
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