martes, 15 de febrero de 2011

episodio san valentinesco



La última vez fue una noche en el parque mansiche, como siempre. A las once, él trepó como de costumbre por las rejas oxidadas que dejaban en sus manos partículas mugrosas de pintura oscura. Se encaramó sobre el enrejado, a dos metros de altura. Frente a él se extendía el parque Yonel Arroyo, nombrado así en honor al niño héroe; aunque la gente solía referirse a él como el parque mansiche. Las luces pobres de los postes iluminaban apenas lo justo para que uno viera por dónde se movía y pudiera distinguir las sombras que a esas horas los árboles anónimos echaban sobre la grama. Si uno caminaba ahora por allí, podría sentir el olor a barro y hojas verdes y, muy fino, casi sin notarse, el olor de las pocas rosas que crecían en algunas parcelas pequeñitas. 

Tomás, trepado todavía, pasó una pierna primero y luego la otra, cuidándose de que los pantalones no se le quedaran enganchados en los filos de las barras de metal. A un metro del suelo, pegó un salto para atrás y aterrizó sin problemas sobre el camino de cemento que más adelante se bifurcaba hasta alcanzar los rincones más alejados y oscuros del parque mansiche. 

Estaba guapo. Se había peinado con el cabello desordenado, tal como le gustaba desde que había empezado a leer las novelas de Harry Potter. Antes de continuar, se acomodó la elegante camisa verde petróleo, asegurándose de que ésta le cayera de forma casual a la altura de las caderas. Revisó sus jeans, azules y blancuzcos, y los encontró en su punto perfecto de suciedad, ni muy muy, ni tan tan. 

Mientras seguía uno de los tantos senderos, atravesando la desolada canchita de fútbol a su derecha y los sube y baja a la izquierda; miraba a su alrededor la noche y podía saborear, con algo de tristeza, la última emoción. El último latir fuerte de su joven corazón, preparado para el amor incierto. Dejaba atrás uno, dos, tres árboles oscuros; pasaba por una parcela de tierra en la que se había instalado un juego de barras para colgarse; seguía y ahora dejaba atrás un jardincito con sus pocas flores arrancadas, seguramente, aquella tarde por los chicos del barrio. 

Se apresuraba, pronto llegaría al árbol de detrás de la cancha de básquet. 

Comprobó sus bolsillos. Escuchó las monedas tintinear. Seis soles. Los últimos seis soles de la última noche. Ya se había hecho a la idea. No tenía remedio. A pesar de que lo había intentado todo para persuadirla, hasta se le habían humedecido los ojos en su delante; Verónica había seguido diciendo que no, alta y bonita, delante de Tomás, con su cartera pequeña en la que apenas podía meter una mano. ¿Qué tanto guardas allí, Verónica? Caramelos, había dicho ella. Hace frío, Verónica. Yo no lo siento, Tomás, yo nunca siento el frío, ni los besos ni las caricias, había dicho ella. ¿Por qué? Porque así lo he decidido, cielo y déjate de preguntarme más cosas. Luego, Verónica había retomado la conversación. Que la próxima sería la última vez, Tomás, la despedida. Que una cosa era con adultos, otra muy distinta con niños. No me puedes seguir pagando para que sea tu novia, entiende, corazón. Ay…y encima la culpa es mía.

4 comentarios:

Unknown dijo...

wtf!!! jajajaja xD
yo tmb llevo los jeans sucios ni muy muy, ni tan tan... cuando ando de look casual!! (H) jajaja

Cuidateee

El Noctámbulo de Sweges Ville dijo...

Estuviste pensando en tu adolescencia por el mansiche? xD

Yo sabía que Harry Potter había influenciado algo en tu look u_u xD.

steýfer dijo...

Mmmm, el Mansiche...que le llamaban cómo?...el niño héroe? tendré que investigar sobre esto...je
Saludos!

nádroj dijo...

eMilY: es EL punto perfecto, pero difícil de mantener

El noct....: que no soy yo, oe, mis cuentos nos son autobiográficos, como de otros ¬¬

Steýfer: Yonel Arroyo, y seguro que ahora debe estar todo cambiado y no como en mi recuerdo

 
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