Rendido, había ido a parar a la cocina.
- Mujer, no sé en que gastar mi dinero...
Pepita, de un sólo manazo le hizo comprender.
- Papito, mira cómo estamos -dijo, en tono de queja y sorna. Luego continuó.- ¿Ya te diste cuenta?
Juan, muy alerta a todos los detalles, echó a andar su cerebro una vez más, y toditas sus tuercas empezaron a chillar bajo la mirada engrasada de su mujer. Maldita mujer.
- Mmm...¿quieres pintarte el cabello..?
Luego, a son de carcajada, Juancito le contaría a colchonón que su mujer lo hizo trizas, y sólo cuando producto de la cachetada número 24 que le propinó, cayó de cara a la arena, se dio cuenta.
- Ya sé, ya sé -gritó Juancito cubriéndose la cara.- ¡¡Construiré la casa!!
- Ay, mira, ¿es eso una punta de metal la que sobresale por el techo? -preguntaba una vecina gorda a una vecina flaca.
- No sé vecinita, no vaya ser que hasta satélite se pongan. Yo prefiero esperar.
- Esperar, esperar, hasta cuándo nos tienen esperando, para mí que lo cubren tanto porque será una casa de citas y no quieren que veamos cuando instalan las cochinadas.
- Ay no diga eso vecinita, Dios no lo quiera.
- Igual ya me da. Igual.
Juancito entró corriendo a su casa, carcajeándose para sí. Pobres vecinas, se decía, ya verán ji ji.
El día 25 de diciembre de aquel año, doña Pepita de la Remaceta de Robinson, llamó al vecindario con una cacerola en la mano, mientras Juan Estimario Robinson, así se anunciaron, se ajustaba la garganta.
- Vecinos ilustres de la 2 de mayo. Los he convocado esta tarde para expresarles, como todos saben, que los quiero mucho. Y que, claro está, ya hay fecha de inauguración, apertura, presentación, introducción y celebración, de nuestra nueva casa.
Los vecinos, conteniendo para sí el impulso de cotorrear, respiraron hondo.
- Será -sonrió Pepita.- Será el 31 de diciembre. Cuando todos estén quemando sus muñecos, con champán en la mano, nosotros nos uniremos al fuego de la celebración.
- Así será -agregó Juanín, y su mujer sintió una hincada en el corazón-. Así será y de esto se hablará mucho -y su mujer se preocupó-. Ya verán.
- ¿¿Que ya?? Si todavía es temprano, ¡outch! -dejó el vestido amarillo a un lado-. ¡Maldita aguja!
- Sí, sí, corre. Los malditos quemaron sus muñecos antes para poder venir a ver. Están toditos afuera.
Pepita insertó su ojo por un hueco pequeño. Incluso llevaban champán.
- Vamos, vamos -la jaló Juancín-. Te cambias en el balcón.
Ya instalados, una voz se dejó escuchar, potente y ruidosa. Los vecinos se asustaron, saltaron al unísono. El sonido, sin que se dieran cuenta, salía por unos parlantes que habían sido colocados a sus espaldas.
- ¿Preparados? -preguntó la voz excitada de doña Josefa-. La cuenta regresiva... ¡empezó!
- Y tres. Y dos. Y uno...
Los Robinson, agarrados de la mano desde el balcón, lanzaron una antorcha color plata al plástico negro, y casi al instante cohetes y luces empezaron a destellar.
- Tengan la bienvenida a nuestra casa -prosiguió el señor Robinson, cada vez más fuerte-. ¡El castillo Robinson!
Por unos instantes los vecinos retrocedieron asustados por las explosiones, pero luego, cuando cayeron en la cuenta, aplaudieron calurosamente hasta que sus manos se tornaron rojas, y sonrieron hasta no más poder. Era, simplemente, magnífico.
Una gran muralla de ladrillos cuadrados, terminada en pequeños dientes, separaba la propiedad, mientras un portón, de doble hoja, abría paso al interior. Dos torres cónicas, terminadas en puntas de metal como dos espadas mantenidas en alto, sobresalían a la vista. Y más arriba, ridículamente ondeando, una bandera con el dibujo de colchonón. Claro, a lo lejos no se notaba de qué era.
Los Robinson bajaron en unos segundos y recibieron los abrazos de sus vecinos.
- Felicidades Josefa, con razón tanta expectativa.
- Qué bonita Josefa, qué bonita...
- Ay Dios, y yo pensé que lo había visto todo -sonrió una viejecita, y estiró los cachetes de Juanín.
- Gracias, gracias -respondió él-. Feliz año, jeje...
- Mami, mami.
- Espérate hijo.
- Mami, mami.
- Qué pasa Paladín, qué pasa -Pepita, exasperada, le contestó.
- Ya no salen luces bonitas, mami, humo negro, humo negro.
- ¡Mi casa! ¡Mi casa! -gritaron los Robinson-. ¡¡¡Se quema, se quema!!!
Los vecinos, asombrados, quisieron ayudar.
- Aló, ¿los bomberos?
- Sí, diga.
- Hay un incendio aquí en la 2 de mayo, ¡apúrese!
- Lo siento señor, no podemos ayudarle.
- ¿Qué?, ¿por qué no?, ¿acaso no son los bomberos?
- Exacto, pero acá hay una bombaza -y colgó.
- ¡Mi casa!, ¡Mi casa! -gritó doña Josefa.
Los vecinos, ya calmados, rieron un rato. Habían sentido envidia. Habían sonreído por la sorpresa y la hermosura de los fuegos artificiales; pero los querían matar. Ahora, que ya habían tratado de ayudarles, rieron a carcajadas.
- Jo jó, no se puede hacer nada jaja...
- Sí, es el muñeco más grande que he visto quemarse en año nuevo ji ji ji...
E hicieron cola otra vez, abrazaron de nuevo a la pareja, y se fueron riendo con champán en la mano.
- Cuando uno ve este tipo de cosas, a inicios de año, no le queda más que sonreír -dijo la vecina gorda-. ¿Qué otra desgracia mas horrible podría pasarnos?
- Tienes razón oye, parece que será un buen año, ji ji ji.
Chin -brindaron.