viernes, 5 de abril de 2013

Borges: Las ruinas circulares / SPOILERS





En "Las ruinas circulares" se nos narra la historia de un hombre que tiene por misión crear a otro hombre y traerlo a la realidad. Esta misión es calificada por Borges como sobrenatural, fuera de lo normal, y eso se explica porque este hombre pretende ir más allá de lo que los demás hombres (los labradores) podrían realizar. El personaje principal se presenta como una especie de hombre diferente, que se atribuye a sí mismo la facultad de la divinidad: el de interpolar ideas a la realidad[1].

En este cuento se plantea el idealismo no para proyectar objetos a la realidad, sino para algo más ambicioso, el proyectar sujetos, es por eso que el proceso se hace más arduo y difícil, el personaje principal tiene que no sólo crear sus formas sino también su espíritu, lo cual no logra sino mediante la intervención de un dios[2]. El proceso mental que Borges utiliza, por ser más poético y maleable, es el sueño[3].

Al final del cuento, uno descubre que el personaje principal también era la creación de otro hombre, o era la proyección del sueño de otro hombre, y sólo existía en tanto éste estuviera soñando (pensando) con él, aunándose una vez más a la doctrina idealista: los objetos (sujetos en este caso) existen en tanto son percibidos (o soñados).

“Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo” (Borges 69).


[1] “El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad” (Borges 62).

[2] “Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón…” (Borges 64).
“Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado…” (Borges 66).

[3] “Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre…” (Borges 68)


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