Su mirada era más profunda aquella vez, como si enfocara la vista desde atrás, a través de la oscuridad. Era la misma, pero ahora sus lindos ojos color café no sólo causaban admiración, sino también melancolía. El esfuerzo por vivir había dejado sus huellas y me mostraba a ella renacida, mas no victoriosa, como si al volver al nacer cargara los fracasos de una vida anterior. Miento, estoy seguro. Ya no era la misma, y lo que sentía por ella tampoco. Mi amor, por ella, se había moldeado, cual chocolate derretido al calor. Algo había cambiado entre nosotros.
De pronto, empezó a hablar mirando a un punto fijo.
- He cambiado, ¿no?-preguntó-. Mírame. Ya no soy la misma, ya no desbordo energía por los poros.
Incluso su voz declinaba. Como una vela al aire libre se esforzaba por seguir sonando. No respondí.
- Ya ni siquiera salgo -continuó-. Me basta con quedarme en esta casa, hay suficiente luz. Es ella la que informa de las estaciones: si reverbera por los rincones yo sé que es verano, o un día loco fuera de lugar. Si es invierno, la casa se mantiene gris y acogedora. Amo el invierno, las mantas encima de mi cuerpo, el olor a café en toda la estancia.
El sofá sobre el que estábamos sentados seguía duro como siempre, la casa en sí se mantenía incólume, y era éste contraste el que me hundía más en mis cavilaciones. Ella envejecía sola, encerrada en una jaula eterna que la separaba del mundo.
- ¿No me dices nada? -se volteó hacia mí, esperando por una respuesta.
- Todos cambiamos, aún más cuando nadie nos ve. Es normal. ¿Te sientes agusta contigo misma?
- Diría que sí.
- Entonces no hay nada más que decir -proseguí-. Me alegra que seas feliz.
Me puse de pie y me dirigí hacia la puerta. Nunca me despedía. La primera vez que vine a este lugar ella hizo lo mismo, yéndose a dormir.
- Quédate -sus labios terminaron de decir.
- ¿Cómo? -contuve la respiración. Me volteé sorprendido. Sentía cómo mis extremidades se estremecían.
- Quédate -repitió-. Veo muchas sombras por la noche.
No entendía por qué precisamente ahora me lo pedía, después de tanto tiempo. Me era confuso la forma en que cómo se dieron las cosas, esa noche. No pude hacer otra cosa que dejarme fluir, seguir el cauce. Con ella había aprendido a no poner resistencia, a esperar, a quedarme quieto y listo a hacer lo que la vida me indicaba. Desde ese día nos volvimos a abrazar en esa sala oscura, como cuando éramos niños. No volvimos a salir jamás, y nos volvimos sombras, unas más dentro de esta casa, tan joven como siempre.
3 comentarios:
lamento informarte que hay un problema con tu video de youtube.
Me gustó la historia, pero, me dejó un sinsabor, cómo que antes de eso, hubo algo, no?, me pregunto qué?, o cómo era ella antes?
Saludos.
Sigue escribiendo!
wa esta chvr la historia...me imagino que debió haberle sucedido algo a ella para q de pronto cambiara de esa forma, todas las personas cambiamos, pero mantenemos nuestra esencia =)
y bueno la soledad, si es acompañada, se pasa más ligero jeje
Tokio Blues es un buen libro, y como te dije una vez, esa historia me recuerda mucho a la tuya. Asi que imagino q este relato influenciado por TB tiene algo de watanabe y de ti..
El tiempo pasa y se envejece aunq no lo vean otros. Se entra al mundo de las sombras muy facilmente, pero tbn es cierto q se puede salir, aunq a veces cuesta trabajo.. xD
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