Julio Sebastian

Mi sobrinito descansaba imperturbable en su cunita blanca, en su colchoncito de media plaza, con los ojitos cerrados al mundo, la boquita silenciosa.... los deditos enguantados.
Empacado, nuevito. Casi sin usar.

Es raro y curioso que durante el embarazo no le prestara demasiada atención, que hubieran pasado sus nueve meses como volando y apenas haya visto sus fotos de la radiografía, su rostro enterrado en el vientre materno, tan lejos todavía de nuestras vida. Porque ahora que lo tenía allí, debajo de mí, inclinado como estaba sobre su cunita, me saltaban preguntas. Las ganas de charlar con él y decirle:

Hola, personita, ¿qué haces allí tan tranquilo, apacible en tu mundito? Te veo tan frágil y adorable, tan limpito y tierno, que no puedo evitar preguntarme para qué has venido a este mundo triste y feliz, qué te empujo a salir, ¿qué te prometieron? 

Pero su madre estaba cerca y no quería importunarla , así que me dediqué más bien a mirarlo.Y fue curioso. Curioso que seamos capaces de amarlo sin más, gratis, sin que él nos haya hecho nada, y sin esperar nada.
Llegar al mundo y que la gente esté esperando para querete es algo tan hermoso y enigmático.