lunes, 6 de abril de 2009

Novela ilustrada III, sobre la venganza del hombre escafandra... (spoiler) que al final fue venganza del dragón (/spoiler)

Sucedió que pasaron muchos años y los chinos se reproducían demasiado rápido, de forma que el dragón, cuando se los comía, a lo mucho funcionaba como un poderoso y terrible control de natalidad, pero sólo eso. Así que, cansado de asolar a la hermosa Beijing y a sus provincias, el gusano decidió poner en práctica su viejo dicho: “Si no puedes comértelos a todos, cógelos de esclavos”. O algo así.

El bicho se embarcó en la empresa de reclutar un ejército, entonces se le ocurrió ir a buscar marineros fuertes y fieros en las costas del este. Lo malo que cuando llegó, no encontró más que barcos huyendo en el horizonte. Para lo que les valió. Con su poderosa y larga cola devolvió todos los barcos a las orillas e hizo salir a los marineros. Quiso la fortuna que entre esos hombres de mar estuviese un legendario marinero gringo, llamado Steven McIntosh. Ágil y valiente buceador que se quedó escondido en el mar, librándose así de ser reclutado para el ejército del bicho. Cuando todos se hubieron ido, ya que el tipo no tenía un duro, se quedó a vivir en esa playa como un solitario hombre de mar, en espera de la venganza.


El gusano, por su parte, consolidó por fin su ejército y proclamó un régimen autoritario en el país. Se autonombró presidente de la república China (no le iban las monarquías) y empezó con sus asquerosas maniobras en el país, precedido siempre por su ejército de despiadados. El miserable desarrolló la industria, firmó tratados de libre comercio y sistematizó la producción de alimentos para que nadie se muriera de hambre, y esas cosas.

Aún así el gusano iba bajo en las encuestas porque nadie le avisó que tenía que hacerse con un asesor de imagen.


Los mercenarios del bicho tenían carta blanca para golpear y saquear. Mantenían a los ciudadanos en un temor constante, día y noche. Marineros crueles, se habían convertido algo así como Mozos de Escuadra antiestudiantes, de esos que pegan duro. Esgrimían poderosas espadas ninjas y vestían cotas de malla intraspasable, hechas con escamas que el mismo dragón se quitó para vestirlos.

Fue un día en que el gusano se encontró fuera del país. Los mercenarios habían asaltado una panadería en una ciudad costeña y salieron repartiendo palos a diestra y siniestra. La hija del panadero que (como es costumbre), estaba de rechupete; escapó de los abusivos y su malicia, escondiéndose entre unos matorrales cerca de la playa. El cansancio, o la estupidez, la hicieron perder el sentido y vagó entre las altas plantas hasta que dio con una casita frente al mar. Allí descubrió al viejo y legendario Steven McIntosh y le pidió que por favor se cargara a todos los malhechores, dragón incluido. El Steven McIntosh, luego de pensárselo, sentado frente al fuego y fumando de su vieja pipa, le dijo: “Oki doki”. Tomó su viejo traje escafandra, cargó con su ballesta enorme que disparaba arpones, y se fue a Beijing.


Llegó al palacio del dragón.


Al encuentro le salieron decenas de marineros malvados que otrora fueran sus compañeros de viaje. “¿Qué vienes a hacer aquí?”, le preguntaron, a lo cual el gran Steven, se puso su escafandra y empezó a disparar arpones a quien le caiga. Era hombre de pocas palabras.


De un ballestazo se ensartaba tres enemigos al hilo. No había nadie que le pudiera oponer resistencia. Rápidamente, sacaba nuevos arpones de su cárjac y disparaba con destreza élfica. Total que, antes de poder decir Beijing olimpiadas del 2008, ya se había cargado a todos los enemigos. Un par aún quedaban en pie y (para que no digan que no sabía pelear) a estos les dio vuelta a puño limpio en el rostro. Toma, toma, toma, toma; les rompió el tabique. Ya luego, para que no sufran, también les metió un arponazo.


Sabemos como son los castillos chinos.

O sea, ni bien atraviesas el súper portón de la entrada, te encuentras con que no hay ascensor y para ver al rey, te tienes que soplar los veinte mil escalones que hay que subir para llegar al palacio (estilo kun fu panda). Bueno, así había ido nuestro héroe gringo, subiendo escalones y matando enemigos, hasta que por fin subió el último escalón. En la cima dio con un patio, así, bien oriental, con bonsáis, piletas de roca, tías practicando caligrafía china, plantitas de bambú y uno que otro Koala colgado de alguna rama. De pronto, nuestro héroe norteamericano, ante tanta sabiduría, meditación y boludeces, se sintió más gringo que nunca y descargó arponazos contra todo lo que le pareciera mínimamente oriental. A lo bestia.


En alguna parte del mundo, el sexto sentido del Dragón serpiente de cola larga, saltó pitando como una alarma roja en su cabeza.

Diez minutos después, de vuelta en su palacio, el dragón se planto, poderoso y superior, en frente del buen Steven McIntosh, y le dijo: “Ya fuistesss (con tilde en la última s)”. Tuvieron la típica charla de enemigos antes de reventarse las castañas. El dragón le dijo algo así como: “No me matarás”. El buen Steven, por su parte, siempre parco en palabras, se dispuso a contestar con arponazos, como era su costumbre.

Alzó con una mano su enorme ballesta y con la otra buscó a tientas un arpón en su carjac.

¡Oh, sorpresa!

Ya no le quedaban municiones.

El señor McIntosh se quedó de piedra. Dijo mentalmente: “En serio que ya fui”, y también dijo: “Cuento hasta tres y fugo de aquí como bala”, “1…”, “2…”, “y tres”.

Pero el dragón le metió tremendo colazo que lo mandó volando de vuelta a los United States of America. Pero en pedacitos.

Fin de nuestro héroe, el gran hombre escafandra. Gringo descartable.



El dragón se quedó riendo, bien rastrero y satisfecho. Le habían destruido el jardincito oriental, claro, pero al final se había vengado. Le habían dado vuelta a sus mercenarios, pero le importaba poco. Podía saborear en su lengua viperina el sabor de la venganza. Estaba erguido en medio de la noche, con sus colmillos, con su hocico largo y milenario, sus bigotes de hace cien años y sus cejas también. Los ojos rojos, el pelaje de la cara medio verduzco y duro, y ya su cuerpo de serpiente todo blindado con sus escamas pardas a excepción de una porción pequeña, casi imperceptible a la altura del corazón (mira qué oportuno, un flechazo allí, y se lo bajan).

Entonces como si alguien me hubiera leído el pensamiento, tres flechas silbaron en un instante, rompieron el silencio y se colaron, a traición y sin pedir permiso, en la parte desnuda del gusano asqueroso y vengativo. ¡Scrash!, las puntas afiladas se le hundieron en la carne hiriéndolo de muerte.

Como sucede siempre que un enemigo queda herido fatalmente, nunca se muere al instante, ojo. Siempre la herida le deja unos dos minutos más de vida, como dándole tiempo de conocer a su asesino y de pronunciar sus últimas palabras.

-Pues, bueno, no tengo mucho que decir -dijo el dragón, abriendo bien los ojos, atento a que su victimario saliera de su escondite. Pero nadie aparecía.

Ya más o menos había pasado minuto y medio, el dragón aplazaba su muerte y el arquero que no aparecía.

Entonces de entre las sombras, disfrazado de koala, salió un hombrecillo menudo, de ojos rasgados. Saboreaba también la venganza. Era el hijo del último de los arqueros de la dinastía Shanxi. Parecía que su viejo no fue oñoñoy después de todo.

Lo que pasó fue que su madre lo escondió para que el pequeño no sufriera el destino de su estirpe, o sea, que lo tuvieran en una torre de cuidador de dragones.

Pero ahora que había matado al dragón y salió, todo feliz, a anunciar su victoria, el pueblo lo reconoció como el heredero de la dinastía Shanxi, e hicieron una gran fiesta para celebrar el fin de aquella dictadura en que los tuvo el gusano. Y llenaron al joven arquero de recompensas variadas y deliciosas. Muy contento estuvo el muchacho. “Al final no fue tan malo revelar mi identidad”, pensaba. Entonces ellos le dijeron: “Ahora, joven valiente, la mayor de las honras. Volveremos a construir una torre, sobre la tumba del dragón, y te pondremos en ella como eterno guardián de su espíritu, ¿a que mola?”


Fin.


Y esa fue mi primera novela publicada. No sé qué le vio la gente, pero qué bueno que lo haya visto. Traducida a más de veinte idiomas, best seller en varios países. Terminé recontra forrado. La promoción me llevó a viajar por todo el mundo menos la China, claro, donde tengo prohibida la entrada hasta el 2050.


3 comentarios:

3ric dijo...

Buena novela, aunque algo enredada con los contextos temporales XDD.......
Pobre hombre escafandra, eso le pasa por ser gringo....
como siempre gato anda mas loko yo

steýfer dijo...

Pues, de seguro que terminaste bien forrado, es buena. El final, de dónde sacaste a ese hijo desconocido, jeje. Me gustó!

Adnil dijo...

Lo narraste de manera divertida! =D y sí jeje, cómo se te puede ocurrir lo de un hijo y de los chinitos q estaban cansados de la opresión, y el digma ese de que mientras más el hombre trate de alejarse de su destino, más se acerca a él, jeje muy bueno, a mi me gustó mucho, toda una novela jeje. tQm(lo)

 
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