jueves, 11 de diciembre de 2008

síndrome léxico


Mi amigo el escritor había olvidado cómo escribir. Su mano había llegado a ser un estropajo muerto sobre la hoja de papel empezada, sin saber cómo moverse sobre la superficie blanca, el lapicero resultaba un instrumento inútil. Los ojos del escritor estaban blancos, como si un golpe invisible le hubiese dado de lleno en la nuca hacía unos días. Lo había olvidado todo sobre su oficio y ahora se mantenía erguido sobre el escritorio en su oficina del piso 16, desde hacía dos noches.
Cuando su familia lo empezó a echar de menos, primero registró en las plazas y parques donde él solía buscar inspiración, luego en los bares, calles escondidas, las sedes de las sociedades del adulto mayor, la biblioteca, el cementerio, la morgue y por último, luego de dos noches, fueron a mirar en su oficina del piso 16.

Lo hallaron con la mirada en blanco, los miembros muertos y la barba crecida. Su mujer llena de alivió se echó a llorar y se colgó de su cuello, pero no halló la respuesta de sus brazos o algún beso. Todos le hablaron y él escritor despertó sus oídos, las palabras eran nuevas. Escuchó sin entenderles nada y se dejó guiar hasta la cafetería. Tomó un cacaolat con dos biscochos, examinó el servilletero, palpó las sillas y la mesa del local. Señaló un utensilio y miró a su hijo. “Cuchara” le explicó el niño, “cuchara” repitió el escritor, “cuchara”. De pronto reaccionó como si dos cables se hubieran vuelto a unir en su cabeza, como si hubiera recordado un viejo mandado que tenía pendiente. Corrió de vuelta a su oficina, se instaló en su escritorio y tomó el lapicero. Escribió sobre una hoja “cuchara” y se detuvo. Frunció el seño y emitió un gruñido. Tensó sus facciones hasta ponerse rojo y rompió su dique mental por unos segundos: “Cuchara, tenedor y cuchillo. Los comensales se acomodaron la servilleta entre el cogote y el cuello de la camisa, y cuando el hombre que presidía la cena dio el inicio, todos a una se sirvieron letras, palabras y frases hechas, recién horneadas, hervidas o al ajo. Dieron cuenta de todo sin botar nada.” Y dejó de escribir.


A veces voy a visitarlo. Salgo a su jardín y me siento a su lado en silencio. No es bueno hablarle porque puede aprender alguna palabra, y cada vez que eso ocurre salta y corre a escribir ese maldito cuento que al rato lo vuelve a dejar como estaba antes.

1 comentarios:

Adnil dijo...

waa esta chvr el cuento, en serio =) me gustó mucho, me parece q hacía tiempo que no escribías un cuento así... me agrada:) y pobre señor, supongo q si uno hace q la vida gire entorno a solo una cosa material, a las finales puede terminar como ese señor, por eso es bueno diversificar las cosas jajaja =)

 
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